Vito Quiles; moral selectiva y tentación autoritaria
- Pablo Aguirre Solana
- Jul 11
- 10 min read
Updated: Jul 13
A Vito, con cariño desde México

Vito Zoppellari Quiles (España, 2000) es periodista, comunicador e influencer, conocido por su activismo feroz en redes y por su estilo particular —digamos, recalcitrante hasta lo obstinado— de cubrir las sesiones del Congreso de los Diputados y hacer entrevistas callejeras. Pero, sobre todo, es célebre por ser un crítico más que vocal (incisivo, si se prefiere) del actual gobierno del PSOE.
Vito, además de ser un “tío pijo” (como dirían los españoles) e irrefutablemente encantador, me cautivó desde la primera vez que lo vi. Armado con sus típicas camisas azul claro, mucha actitud, vehemencia e ímpetu, abordó en modo blitzkrieg a un personaje, para mí, de lo más execrable por su fariseísmo progresista: Juan Carlos Monedero. Más que entrevistarlo, fue a encararlo por las denuncias en su contra de agresión sexual. Aquello no parecía una entrevista; era un preludio a la confrontación. En ese momento, Vito Quiles me enganchó.[1]
A partir de ese careo con Monedero empecé a seguir ávidamente a Vito en la red. Lo seguía, principalmente, para satisfacer mi sesgo de confirmación: ese pertinaz vicio del ego que desenmascara nuestra supuesta objetividad y sacia nuestra glotonería ideológica. Pero sobre todo lo seguía, porque Vito, con su rudimentez provocativa y casi acosadora, devela —de manera tan obvia que incomoda— el doble rasero, la hipocresía moral y la santurronería de la izquierda española (PSOE, Podemos y Sumar).
Vito, sin duda, no comulga con el progresismo parroquial de la izquierda española. No es un miembro formal de ningún partido; sin embargo, ha sido candidato por Se Acabó la Fiesta (SALF) y trabaja desde un rol político-partidista, que la izquierda tilda de ultraderechista o directamente golpista. Esta doble condición —periodista acreditado + actor político— es la que le ha granjeado su categoría polémica. Y la que abre, sin duda, la discusión: ¿qué tan válido es el periodismo partidista? ¿Se puede —o se debe— hacer periodismo militante?
Independientemente de este debate (periodismo militante), el mérito que veo en Vito es que desnuda ese periodismo de los medios tradicionales, revestido de objetividad y de opiniones expertas, que no hacen más que promover una agenda política de manera velada, siempre tácita, travestida e impostora. Vito no oculta su postura, y con base en ella se lanza a la batalla de la confrontación. Política afectiva in motion. Lo cual, al menos, resulta preferible al acartonamiento estéril de los medios tradicionales, siempre posando como grandes sancionadores de la “verdadera” realidad. Vito simboliza un lado intelectualmente honesto de esa calle que respira de multiples formas, colores y posibilidades interpretativas.
Vito trasciende el eco de las cajas de resonancia de los medios tradicionales porque sale a confrontar, no a maquillar el relato. Y esa confrontación se antoja mucho más real y sincera que los ríos de tinta y los océanos de clickbaits de estos últimos. Este chavalazo tiene los “cojones” para preguntarle directamente a Ábalos por las prostitutas que pagaba con dinero público,[2] para incomodar a Irene Montero por su apoyo tácito a las dictaduras cubanas y venezolanas,[3] o para encarar a Óscar López por los casos de corrupción en el PESOE.[4]
Los críticos de Vito argumentan que lo que él hace no es periodismo, sino activismo. Señalan que no hay rigor informativo en su trabajo, que actúa con una militancia disfrazada, que su estilo es agresivo —rayando en el acoso verbal— y que su verdadera función no es la búsqueda de la verdad, sino la amplificación viral. También le reprochan su doble vara: tan feroz con la izquierda como complaciente con la derecha, particularmente con Isabel Díaz Ayuso —a quien nunca ha confrontado por el supuesto caso de corrupción que involucra a su pareja— ni con Vox, partido al que no ha cuestionado por sus presuntas irregularidades en su financiación.
Todo esto derivó, finalmente, en que el Congreso de los Diputados aprobara la semana pasada una reforma al reglamento de la Cámara —promovida por todos los partidos de izquierda, a excepción del PP y Vox — para sancionar (con suspensión o retirada de acreditación) a quienes incurran en “conductas inapropiadas”, interrupciones, grabaciones no autorizadas, insultos o intimidación.
Tras dicha reforma, se celebró un pleno extraordinario en el que se formalizó la decisión de retirarle la acreditación como periodista a Vito Quiles, quedando así expulsado del Congreso.[5]
El Dilema Ético y mi Panel de Expertos

¿El estilo, la figura, el sentido y el significado de lo que representa —y es— Vito Quiles para la izquierda española ameritan su expulsión como periodista acreditado del Congreso de los Diputados? ¿O estamos más bien, ante ataque flagrante a la libertad de expresión?
La respuesta a esa pregunta no es retórica ni trivial. Tampoco creo que pueda resolverse desde la fiereza venal de nuestras afinidades selectivas. Más bien, creo que expone las fronteras de la ética en una sociedad abierta y la tentación autoritaria que la acecha. Para demostrarlo —y para evitar que los medios tradicionales me acusen de fascista o de ultraderechista— convoqué, en la mejor de las tradiciones ilustradas, a mi propio panel de expertos y líderes de opinión.
Entrevisté a; María Carmen Particularista, Jordi Justiciero, Eloy Virtuoso, Pepa No-Cognitivista, Frumencio Deontólogo, Irati Utilitaria y Donatilo Relativista.
Por razones de presupuesto —y con mucha pena— mi panel de expertos no fue grabado, ni transmitido por streaming. La tertulia ocurrió bajo una discreción casi monacal, entre vino, fiambres y viandas en un cafetillo de barrio, humilde y sin alardes. A continuación, les comparto un resumen de sus conclusiones:
María Carmen Particularista:
—Yo creo que las razones morales son sensibles al contexto y no pueden generalizarse en reglas absolutas. Por eso, la expulsión de Vito Quiles responde a una situación particular, en la que el partido mayoritario considera que su forma de dirigirse a los diputados no es apropiada (está mal), y dado que no hay un “deber ser” institucional universal, hay un juicio situado en la conducta puntual de Vito, que determina el Congreso en la particularidad de sus leyes. Por lo tanto, no hay ningún atropello ni afán silenciador autoritario; solo una aplicación de una regla puntual y específica a un contexto concreto.
Jordi Justiciero:
—No estoy de acuerdo. Debería existir, en términos morales, una igualdad de libertades básicas. Si estuviéramos en una posición original, sin saber si naceríamos como Vito Quiles, como periodista afín a la oposción o como simple ciudadano, todos deberíamos gozar del mismo derecho a preguntar, disentir y ejercer la diferencia sin represalias. Me parece que estamos ante un acto preocupante —e inédito— de opresión y desigualdad institucional, incompatible con una concepción mínima de justicia como equidad.
Eloy Virtuoso:
—El problema con Vito Quiles y su expulsión del Congreso es que ninguna de las partes actúa conforme a la virtud, entendida como término medio entre extremos. Vito no practica la moderación ni la prudencia: su estilo es excesivo. Pero quienes lo sancionan tampoco muestran templanza ni justicia; responden con un castigo que revela más animadversión que sabiduría. En ambos casos, se rechaza el camino del justo medio, Así, se pierde de vista el propósito último de la vida en comunidad: la eudaimonía, ese florecimiento humano que solo se alcanza mediante una vida virtuosa, deliberada y razonable, en este sentido no creo que haya ataque a la libertad, sino un fracaso de la virtud civica.
Pepa No-Cognitivista:
—Creo que ninguno de ustedes, hasta ahora, ha atinado a considerar lo esencial: que la moralidad se basa en sentimientos, no en la razón. La decisión del Congreso no está guiada por principios racionales ni por hechos objetivos. Está motivada, evidentemente, por una pasión. Por el rechazo visceral a una figura incómoda, disidente, que no encaja en el credo emocional de la izquierda institucional. Esto no va de normas ni de deliberación, sino de pasiones. De afectos heridos. Vito incomoda, acojona y la izquierda reacciona no con argumentos, sino con un reflejo defensivo. Lo que hay aquí es un conflicto de sensibilidades, y de censura emocional, no de razones objetivas. Hay a todas luces una pulsión despótica de imponer la ley del más fuerte.
Frumencio Deontólogo:
—Colegas, quizás suene un poco radical, pero yo creo que, antes que otra cosa, la moralidad se basa en el deber y en el imperativo categórico. Es decir: uno debe actuar solo según máximas que puedan convertirse en ley universal. La moral reside en la voluntad y en la intención, no en las consecuencias. En ese sentido, el imperativo categórico de Vito debería ser claro: si va a ejercer la crítica con vehemencia, debe hacerlo por igual hacia todos los partidos, tanto de izquierda como de derecha. Si su máxima es la confrontación directa, entonces debe estar dispuesto a aplicarla de forma imparcial. Y por otro lado, el Congreso —y en particular el partido mayoritario que promueve su expulsión— debería aceptar que también ellos pueden ser objeto de juicio, y que sus periodistas, sus aplaudidores y sus plumas a sueldo podrían, bajo esa misma lógica, padecer el mismo destino y contar la misma historia.Así, creo que ambos vulneran los principios éticos que deberían sostener el espacio público: actúa como si todo lo que hicieras pueda ser una regla general que aplique a los demás. Ambos están en los linderos del autoritarismo y negando la pluralidad.
Irati Utilitaria:
—A ver, aquí el punto para mi; es maximizar el bienestar general, ¿no? Entonces, si las acciones de Vito contribuyen al debate público, si despiertan interés, si sacuden conciencias o si permiten que la gente cuestione al poder —aunque sea a gritos—, pues tienen valor. En el mercado de ideas, su presencia aporta utilidad. ¿Qué es preferible: una prensa incómoda o una prensa domesticada? Al expulsar a Vito del Congreso se rompe ese mercado libre de ideas que no debe estar determinado por nada ni por nadie. Por lo tanto, desde mi perspectiva, sí hay un ataque a la libertad de expresión, sin duda alguna.
Donatilo Relativista:
—Pues yo creo que el dilema ético no existe, porque no hay verdades objetivas sobre el bien y el mal. La moralidad es una construcción cultural y social. Entonces, a falta de un consenso universal sobre lo que está bien y lo que está mal, ambas partes simplemente forman parte de una misma cultura. Y, en ese sentido, la cultura a la que pertenecen ha formulado ciertas reglas, y esas reglas deben obedecerse. Por lo tanto, Vito debe asumir su posición dentro de una cultura que premia y castiga ciertas conductas. No me parece que haya censura, ya que el acto es relativo a una cultura propia con normas muy puntuales de comportamiento dentro del Congreso de los Diputados.
Marcador final:
Sí hay censura: 4 (Jordi, Pepa, Frumencio, Irati).
No hay censura: 3 (María Carmen, Eloy y Donatilo).

La Paradoja
Ahora bien, al margen del marcador ético que nos dejó este exquisito panel de emulos sapiensales, me gustaría sumar algo más al debate:
Intuyo que lo que revela este dilema ético —que expone con claridad las fronteras de la ética en una sociedad abierta y la tentación autoritaria que la acecha— es la necesidad de desmitificar la política y lo político como dominios exclusivamente objetivos y racionales. Creo, como Mouffe, que la política es el límite de la razón, y agregaría: también es la arena de una ética selectiva.
La ética selectiva la entiendo como una proyección casi lacaniana: todo lo que debe aplicarse al otro, moral y normativamente —incluida mi propia concepción del bien y del mal—, no necesariamente se aplica a mí mismo. (La idea de goce y ejercicio del poder como lugar de excepción).
Tanto Vito como el partido en el poder gozan de poder, cierto, pero es un poder asimétrico: no compiten en igualdad de condiciones. El de uno es el poder de la persuasión; el otro, el poder del Estado. Y es justamente en esa asimetría donde la ética selectiva opera y, sobre todo, donde se despliega una forma evidente de censura autoritaria. A Vito se le pueden criticar muchas cosas —su estilo, su forma, su agresividad comunicacional—, pero lo que está ocurriendo aquí es la aplicación selectiva de una norma basada en un juicio moral: “no se comporta debidamente”. ¿Por qué? Porque incomoda. Porque confronta. Porque representa una forma distinta de hacer comunicación. Criticable o no, esa es otra discusión. Lo verdaderamente grave es que, desde el poder, se defina un criterio moral sobre lo que es bueno y malo, y que a partir de ese criterio se juzgue.
La paradoja es esta: la idea de lo bueno y lo malo que articula el partido mayoritario en el Congreso (PSOE) prevalece sobre otras ideas en competencia y se impone por simple mayoría absoluta. Pero no parecen darse cuenta de que, en el devenir del tiempo, podrían dejar de ser mayoría. Y entonces les tocará a ellos —y a sus periodistas— apelar, con justa razón, a que están siendo censurados. Ahí yace el asunto de fondo: una ética selectiva que hoy se vuelve norma y que desemboca en la más llana y pedestre ley del más fuerte, siendo boomerang en potencia y síntoma de una tendencia autoritaria. La ética selectiva, al final, es reversible. Es como escupir al cielo.
La izquierda española con la recien aprobada reforma escupe al cielo, y devela sin duda ese anhelo totalizador que se tiene en la política: en momentos de crisis de legitimidad, se anula el disenso, como control de daños.
Tristemente, ni el marco conceptual de las teorías institucionales de la democracia —Dahl, Schumpeter, Lijphart, Linz— ni el aparato mediático tradicional, con sus agendas políticas travestidas de objetividad, logran captar una verdad elemental: la política no es racional. Es una competencia adversarial fundada en puntos de partida éticos selectivos y discrecionales. De ahí que, muchas veces, mis amigos los filósofos de cafetín transhistórico —los filozos fos, tertulianos[6]— entiendan mejor lo que ocurre que la anquilosada y atrofiada república de los opinionólogos, periodistas, y politólogos, teleguiados.
Vito Quiles es, en ese sentido, un anuncio casi sibilino de un rompimiento paradigmático; de moldes conceptuales, éticos y teóricos. Y, al mismo tiempo, un contumaz desarropo simbólico al fariseísmo mamarracho de la izquierda española, a la cual —lo admito con irracionalidad gástrica— me toca los cojones profundamente.
Empecemos, queridos lectores, por normalizar y articular nuestras afinidades políticas afectivas. Sirvámonos, pues, de una racionalidad crítico-emocional, y no de la eutanasia pseudo-racionalista que expenden los medios tradicionales.
Vito es política afectiva in motion —un nuevo episodio, incómodo e inevitable, en las desventuras de la sociedad abierta.
[6] Las referencias teóricas de este texto provienen de la compilación de Russ Shafer-Landau (ed.), Ethical Theory: An Anthology, 2ª ed., Wiley-Blackwell, 2013, e incluyen extractos de Aristóteles ("Nicomachean Ethics"), Jonathan Dancy ("Moral Particularism"), John Rawls ("A Theory of Justice"), David Hume ("A Treatise of Human Nature"), Immanuel Kant ("Groundwork of the Metaphysics of Morals"), John Stuart Mill ("Utilitarianism") y Harry Gensler ("Cultural Relativism").
Imagen de Vito Quiles, Publico: https://www.publico.es/politica/partidos/ultimo-incidente-vito-quiles-ndongo-reabre-reforma-reglas-periodistas-congreso.html





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