Mozart: la universalidad de una experiencia
- Pablo Aguirre Solana
- Aug 30, 2024
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A mi padre; gracias a él me encontré con Mozart
Unos de mis primeros recuerdos vagos de la infancia con Mozart es jugar con una pelotita azotándola en la pared de mi cuarto escuchando el Concierto de corno número uno de Mozart, repitiéndolo una y otra vez. Esto fue totalmente por accidente, ya que no es que me propusiera escuchar a esa edad a Mozart; de hecho, es muy probable que ni siquiera supiera quién era él, solo que esa era la música que había en mi casa en esos ya viejos y en desuso casetes de los ochenta. No recuerdo con exactitud la variedad ni la cantidad de estos casetes. Recuerdo, sí, que en su gran mayoría eran de música clásica, que era la música que escuchaba mi padre. Lo que sí recuerdo es ese casete de forros amarillos con una silueta en negro de un hombre dirigiendo una orquesta: Los conciertos de corno de Mozart.
¿Qué tenía esa música de hipnotizante para que la pusiera una y otra vez? Lo desconozco, pero sin duda tenía algún efecto extraño en mí. Muchos años después me enteré de que ese casete de forros amarillos era de Mozart, por lo que pasé largos años de mi vida sin saber quién era el autor de esa música que tanto me atrapaba e hipnotizaba, disfrutando solo de sus efectos desde la afortunada ignorancia y elementalidad de un niño de 5 o 6 años.
No creo que mi experiencia de infancia con Mozart sea única: por el contrario, estoy seguro de que es repetible con miles de variaciones en todos los rincones del mundo con miles de personas a lo largo de tiempo y épocas. En este sentido, creo que mi experiencia de infancia con Mozart es un vínculo que comparto con muchos. Vínculo que por más global que sea no deja de representar una intimidad y una profundidad exclusivas, que es a la vez comunión con otros y un lenguaje interior que habla a los demás a través de una humanidad tan próxima y clara que hasta un niño de 6 años puede hacerlo suyo.
He llegado a pensar que quizás la música de Mozart es eso en suma: un punto de encuentro que proyecta a la humanidad en su forma más vital y menos destructiva. Una especie de volver al centro hipotético e ideal donde convergen la esperanza, la concordia, el amor, la compasión, el dolor, el desencanto, la melancolía, la paz, la alegría y la libertad. Punto de encuentro que participa de la vida y de la muerte con una plétora de caracteres, cuadros y formas que concilian con delicadeza suprema lo más bello y diáfano de nuestro género.
La música de Mozart pertenece a un más allá metafísico, como la música de Beethoven, su más próximo sucesor. La música de Mozart es de este tiempo, el tiempo de la vida, de la inocencia, del pudor, de la juventud desbordada, de los amores eternos, de las potencialidades asequibles, de los deseos más próximos, de las intrigas más comunes, de las alegrías perennes, y de los infortunios más pedestres. Mozart, según sus biógrafos y exégetas,[1] tenía prisa por vivir, como si por alguna razón supiera que su vida iba a durar muy poco (35 años); de ahí tal vez su anclaje en lo mundano, en el aquí y el ahora y en su prolijidad desbocada (compuso alrededor de 600 piezas de música).
Pocos años después de mi epifanía musical con los conciertos de corno, apareció en mi vida la aclamada película de Milos Forman, Amadeus, y le pude poner rostro a esa música tan magnetizante. Un rostro que, sobra decirlo, no tiene nada que ver con la realidad biográfica de Mozart. La película es un pastiche poco preciso de hechos aislados y sin conexión de la vida de Mozart, dramatizada con lugares comunes y venalidad telenovelesca. Pero para un niño de 7 años (yo) fue el Santo Grial, por fin veía a ese personaje inaudito, a ese genio prodigioso, a ese gran creador, que se rebela ante la autoridad y vive con desenfreno, incomprendido, odiado por unos y admirado y amado por otros. Una especie de superhéroe, que, para un niño de una familia clasemediera, aburguesada y pretenciosa intelectualmente, resultaba una revelación. La risa del personaje que hacía de Mozart es lo que más recuerdo, y lo que llevo en el alma como sello indeleble, esa risa era símbolo de su amor por la vida, báculo de su carácter, efigie de su espíritu. Esa risa era casi como la encarnación de su espíritu y el de su genio creador. Risa que bien podría ser espejo de su música: un exhorto, un puente para reír con él, para sentir con él, para vivir con él.
Mahler decía que “una sinfonía tiene que ser como el mundo. Debe contenerlo todo”. En Mozart, la música rebasa la contención del mundo, más bien deviene en el mundo, en experiencia vital, en acontecimiento y reflejo. Se vive con él, dentro de su música dialógicamente, ya que su cercanía y asequibilidad le permiten a uno no solo un acercamiento sino toda una alianza.
La música de Mozart no contiene al mundo, su música “es el mundo”, que celebra y llora la vida en la multiplicidad de sus claroscuros. Es este punto de encuentro que une a un niño con un adulto, en cualquier sitio del mundo, en cualquier época, puesto que lo que yo experimenté a mis 6 años lo puede hacer cualquier otro. La música de Mozart, por más ininteligible que parezca a las sensibilidades de nuestra época y a los prejuicios clasistas que a ella se asocian (“la música clásica es para viejitos”), es antes que nada una invitación a la vida, llena de esperanza y concordia, que aspira con una honestidad traslúcida a que el bien triunfe sobre cualquier mal. Una buena intención, un gran deseo en el que todos podamos converger, como reza el coro final de la flauta mágica:
"La fortaleza ha triunfado, recompensando la belleza y la sabiduría con una corona de eternidad."
La música finalmente termina, la pelota deja de sonar en la pared después de múltiples iteraciones, y mi padre se asoma a mi cuarto preguntando si todo está bien. Sí, sí lo estaba: acababa agotado de jugar con Mozart, eso era todo.
30/Agosto/2024
[1] Mozart: A Life, Maynard Solomon, Harper Perennial, 2005, y Eduard Mörike, Mozart camino de Praga, Alianza Editorial, 1983.
Algunas recomendaciones para escuchar:
Conciertos para Corno
Divertimento K138 (Allegro)
Réquiem K626
Cosi fan tutte
Idomeneo
Flauta Mágica
Don Giovani
Sinfonías
Conciertos para piano
Música de cámara






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