La libertad como ilusión. ¿Somos realmente libres?
- Pablo Aguirre Solana
- Nov 29, 2024
- 7 min read
Para Maru Altesor, a quien admiro por su profundo sentido de libertad.

Responder a esta pregunta ha ocupado a pensadores y creyentes desde tiempos inmemoriales. Todas las religiones y sistemas filosóficos, de una u otra manera se han planteado esta interrogante, y en algún momento de nuestra vida resulta inevitable hacerlo nosotros también. La libertad puede entenderse desde múltiples perspectivas, cada una con sus propios significados y matices: las libertades políticas, la libertad de cátedra, de expresión, de religión, el libre albedrío y también la libertad espiritual, entre otras. Sin embargo, la libertad, más allá de sus especificidades y significantes, se percibe como una sola: para algunos, una realidad concreta; para otros, una simple ilusión. ¿Y usted, querido lector, qué piensa sobre su libertad? ¿Es algo tangible y concreto, o una mera ilusión?
En su ensayo sobre “la libertad de la voluntad”, Schopenhauer argumenta exhaustivamente que la libertad no puede surgir de la nada, ya que siempre estamos influenciados primero por lo material (estímulos/objetos) y luego por lo inmaterial (pensamientos y motivaciones). Esto, sostiene, es suficiente para desmentir la falsa pretensión del "ser humano filosóficamente inexperto"[1] que cree que puede actuar completamente como le plazca. Schopenhauer afirma que incluso cuando profundizamos en el sentido más hondo de la voluntad autoconsciente, siempre existe un vínculo causal —ya sea un pensamiento, experiencia o situación— que lo determina. En otras palabras, aunque nos sintamos libres, siempre hay algo que nos condiciona y determina.
Este vínculo causal puede considerarse una especie de fórmula determinista, lo que sugiere que, aunque creamos que podemos actuar completamente a nuestro antojo, estamos inevitablemente condicionados por objetos, pensamientos y los productos derivados de nuestras deliberaciones. La lógica de lo anterior sigue este razonamiento: todos los eventos en la naturaleza están determinados por causas; mis actos de libertad son eventos en la naturaleza; por lo tanto, mis actos de libertad están determinados por causas.[2]
Con esto, Schopenhauer presenta un caso convincente para considerar la libertad como algo ya determinado, en lugar de algo bajo nuestro control, justificando así la afirmación de que la libertad es una ilusión.
En mi opinión, el problema de considerar la libertad como una ilusión y como algo determinado por un conjunto de causas (ya sean materiales o inmateriales) es triple. Primero, deja poco espacio para la responsabilidad moral. Segundo, niega el sentido de posibilidad, agencia y acción que los humanos son capaces de desarrollar. Finalmente, no considera formas alternativas en las que los individuos pueden resistir y liberarse de límites, restricciones y poderes, tanto externos como internos, como un ejercicio de libertad.
La responsabilidad moral
Según Kant, el principio supremo de la doctrina de la virtud es que el hombre es un fin en sí mismo y también para los demás. No es suficiente que no esté autorizado a usar ni a sí mismo ni a los demás como simples medios (lo que incluye el caso de ser indiferente hacia los demás); más bien, hacer de la humanidad en general un fin en sí mismo es en sí un deber de cada hombre.[3]
Kant argumenta que esta ley moral no se deriva de autoridades externas o circunstancias contingentes, sino de la voluntad racional y autónoma de los individuos, guiada por la razón. En este sentido, nuestra libertad implica un grado de obligación, tanto hacia nosotros mismos como hacia los demás. Por lo tanto, las restricciones a nuestras acciones no son externas, sino autoimpuestas (responsabilidad moral), algo que podemos controlar hasta cierto punto.
La responsabilidad moral, en este contexto, trasciende simples motivos y pensamientos que podrían considerarse meras causas de nuestras acciones dentro de un marco determinista. La moralidad implica el acto de elegir, y elegir puede ser trágico, cuando los individuos se ven obligados a tomar decisiones en situaciones que involucran pérdida, daño o conflicto inevitables.[4] Sin la ilusión de libertad que implica la responsabilidad moral, reconoceríamos menos valores e intereses en conflicto, reduciendo la moralidad a la búsqueda de la felicidad privada y personal como único determinante del libre albedrío. Además, sin la ilusión de libertad, nuestra capacidad para deliberar y elegir el curso de acción correcto se vería limitada. Esto debilitaría nuestra capacidad para navegar por dilemas morales complejos y disminuiría la obligación que tenemos el uno para el otro, cuestión que define nuestra humanidad.

Sentido de agencia y acción
Si la libertad fuera algo fijo y determinado por un conjunto de causas —como los motivos y los estímulos—, el sentido de posibilidad y agencia inherente a la actividad humana se vería gravemente limitado, y los límites de la creación y la imaginación quedarían confinados a una objetividad asfixiante.
Imaginemos un mundo donde la interpretación sea imposible, donde los sueños no puedan materializarse y las ideas carezcan de fruto debido a la rigidez de lo objetivo y lo materialmente significativo. Un mundo así nos condenaría a una existencia fútil, desprovista de esperanza y de la posibilidad de transformación. Limitaría inevitablemente nuestra noción de lo alcanzable y, con ello, el horizonte de nuestras acciones. Un mundo gobernado por un destino manifiesto o por una objetividad asfixiante extinguiría nuestra inquietud creativa, nuestra capacidad de imaginar lo imposible, nuestro ímpetu crítico y nuestra resistencia a la conformidad.
Según Jean-Paul Sartre, la realidad existe solo en la acción, y el hombre no es más que la suma de sus acciones. Solo existe en la medida en que se realiza a sí mismo. Sartre argumenta que el hombre interpreta, elige, sueña, reflexiona, crea y actúa; estas acciones lo definen a través de la relación entre sus pensamientos y los compromisos que asume.[5]
Uno podría argumentar que todo esto es una ilusión —que todas sus acciones estuvieron desde el principio condicionadas y determinadas por causas internas y externas, como su estatus socioeconómico, lugar de nacimiento o capacidades personales e intelectuales, entre otras. Sin embargo, sin el sentido de agencia y posibilidad, este hombre carecería de la inspiración para crear o el valor para comprometerse. Es precisamente este compromiso —la mera sensación de él (y no solo su pensamiento), la ilusión misma de él, me atrevería a sugerir—, lo que constituye la libertad en su esencia. El compromiso encarna la posibilidad, la posibilidad es, en sí misma, la sensación de libertad. ¿Quizás?

Resistencia y poder
En La genealogía de la moral,[6] Nietzsche argumenta que los sistemas morales tradicionales —particularmente aquellos basados en valores judeocristianos— funcionan como herramientas de opresión. Estos sistemas imponen estructuras rígidas al comportamiento humano, sometiendo a los individuos a normas externas y suprimiendo sus impulsos instintivos. Identifica esta conformidad como el producto de una “moralidad de esclavos”, que prioriza la obediencia, la culpa y la sumisión sobre la creatividad y la fuerza individuales.
Por lo tanto, los sistemas morales rígidos, como productos de un conjunto de causas y principios predeterminados, potencialmente atan a los individuos a la culpa y la conformidad. Sin la ilusión de libertad y resistencia, por otro lado, la acción, la transformación y el cambio serían inconcebibles. En última instancia, la humanidad sería incapaz de crear nuevos valores, aquellos que Nietzsche consideraba la máxima expresión de la libertad y la voluntad humana.
Asimismo, más allá de cualquier sistema moral, como dice la célebre máxima foucaultiana “Donde hay poder, hay resistencia”.[7] Esto implica que el poder, como concepto, no es absoluto ni unilateral, sino una red de relaciones y dispositivos que se manifiestan tanto en el lenguaje, la cultura y las instituciones. En este sentido, cada relación o dispositivo de poder alberga en su interior una potencialidad inherente de resistencia. Esta resistencia a su vez es un cúmulo de potencialidades y devenires.
Podríamos decir que la resistencia representa la libertad aún no ejercida o en espera de ser ejercida. Sin embargo, en un entorno completamente constreñido y definido por la facticidad de los hechos, las resistencias perderían sentido: las fronteras de lo posible y su ejercicio estarían ya establecidas, serían inmutables y previamente trazadas.

La ambigüedad de la causalidad y la ilusión de la libertad
Siguiendo la lógica schopenhaueriana, si todos los eventos en la naturaleza están determinados por causas, y nuestros actos de libertad son también eventos en la naturaleza, entonces mis actos de libertad, necesariamente, están determinados por causas. Por ejemplo: la conciencia moral, la agencia y la resistencia, según Schopenhauer, no serían más que motivaciones, definidas como "causalidad que pasa a través de la cognición".[8] No obstante, el problema de esta afirmación radica en que la causalidad, como relación en la naturaleza, suele ser ambigua, lo que plantea preguntas fundamentales: ¿qué causa realmente qué? ¿Existe siempre una relación de causa y efecto, o podría ser ilusoria o parcial?
Por ejemplo, si la clase social en la que nacemos determina nuestras posibilidades de movilidad social, si la religión influye en nuestra forma de experimentar la sexualidad, si, como afirma la psicología, nuestra infancia es destino, o si el clima define el temperamento de un pueblo —los ejemplos podrían multiplicarse indefinidamente—. Esta ambigüedad surge, en parte, de la incertidumbre sobre la dirección de la causalidad, de casos de influencia bidireccional o factores ocultos que crean la imagen de una causalidad directa. Además, la causalidad puede ser multifactorial, involucrando la interacción de múltiples causas. En el contexto de nuestra discusión, esto subraya el desafío de desenmarañar las fuerzas que moldean el comportamiento humano, las elecciones individuales, la conciencia moral y la resistencia.
En consecuencia, la pregunta de si la libertad es una ilusión y lo que ello implica podría responderse, quizá, no como algo completamente objetivo y tangible, sino más bien como un sentido o una sensación de posibilidad: la capacidad de ejercer y realizar. Las fronteras y los límites de esa sensación de posibilidad pueden ser concretos y objetivos (como en el caso de la libertad política), o abstractos y etéreos (como en la libertad espiritual).
En este sentido, quisiera sugerir que esta percepción o sensación de posibilidad sin duda puede interpretarse como una ilusión, pero es una ilusión necesaria. Una ilusión que actúa como fuerza emocional, como una chispa vital que nos inspira y nos impulsa a crear y nos lleva a trascender los límites de la racionalidad y de lo objetivo. Es una ilusión que da vida a nuestros sueños y anhelos, permitiéndonos darles forma y convertirlos en realidad.
A través de esta frágil pero profunda ilusión es como navegamos por el laberinto de la existencia, interpretando sus sombras y luces. Sin la interpretación de posibilidad, el encanto de la vida se desvanecería, dejando solo un vacío inexplicable. Sin este sentido que da significado a la posibilidad, no habría espacio para elegir, resistir, ejercer o construir. Sin este sentido de posibilidad, creo, seríamos esclavos de nosotros mismos.
[1] Reading Philosophy, Guttenplan et al. Wiley 2021 (Arthur Schopenhauer, Prize Essay on the Freedom of the Will), p. 226.
[2] Reading Philosophy, Guttenplan et al. Wiley 2021, p. 236.
[3] The Essential Kant, Metaphysics of Morals, Signet Classics, Mentor and Plume, 1979, p. 419.
[4] Reading Philosophy, Guttenplan et al., Wiley 2021 (Martha C. Nussbaum, The Costs of Tragedy) pp. 101-112.
[5] Jean Paul Sartre, Existentialism is a humanism, Yale University, 2007, pp. 17-73.
[6] Friedreich Nietzsche, On the Genealogy of Morals, Penguin Classics, 2013 (Second Essay), pp. 43-83.
[7] Michel Foucault, Historia de la sexualidad, vol. 1, La voluntad de saber, Siglo XXI Editores, 1988.
[8] Reading Philosophy, Guttenplan et al., Wiley 2021(Arthur Schopenhauer, Prize Essay on the Freedom of the Will) p. 230.





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