Futbol, Asimilación, Racismo, Migración: ¿Nuevas o Viejas Fronteras?
- Pablo Aguirre Solana
- Jun 10
- 9 min read
A mi hermano Iván Uriza, que tanto ama el futbol.

El reciente triunfo del Paris Saint-Germain en la Champions League desató en París una serie de disturbios que trascendieron el frenesí alborozado propio de una celebración deportiva, para transformarse en una expresión de tinte barbárico.
Esta erupción de violencia revela algo más profundo: una expresión volátil pero representativa de distintos grados de marginalización y alienación social, envueltos en una orfandad identitaria de rostro tribal. Como sugiere el sociólogo Stéphane Beaud[1] en su análisis sobre el fútbol y las banlieues, estos episodios no se reducen al deporte o a la emoción: son rituales de visibilidad, en los que grupos excluidos —a menudo racializados y segregados espacialmente— inscriben su presencia en un espacio público que habitualmente los ignora o reprime.
Los disturbios, por tanto, no son anomalías excepcionales, sino erupciones sintomáticas de una lógica social basada en la exclusión y la asimetría, lo que plantea interrogantes sobre el reconocimiento, la pertenencia y las condiciones bajo las cuales la visibilidad solo se alcanza mediante la violencia y la barbarie:
¿Puede pensarse el racismo y la exclusión social como una consecuencia del desarrollo histórico? ¿De qué forma la desigualdad transforma —o congela— los procesos de asimilación cultural? ¿Cómo influyen las distintas cosmovisiones y sistemas de valores en la configuración de políticas de visibilidad y reconocimiento? ¿Cómo justificar la barbarie?
Al intentar responder por mi cuenta estas preguntas, accidentalmente me topé con un libro de título provocador que abordaba, de manera indirecta, varios de los temas mencionados. El libro se titula Seguir Siendo Bárbaro, escrito por Louisa Yousfi. Por curiosidad, lo compré para ver si alguna de las preguntas que venía rumiando podía encontrar respuesta —o al menos una nueva luz. Para mi sorpresa, el libro no ofrecía las respuestas que yo esperaba, sino un conjunto completamente distinto —e incluso contrario— de argumentos y perspectivas sobre estas cuestiones. Encontré el libro sumamente cuestionable en términos de las hipótesis que desarrolla y pone en discusión, e incendiario en el uso de un lenguaje cargado —lleno de argumentos politizados en torno a la raza, la inmigración, la apropiación cultural y los derechos de las minorías. Aun así, formulaba una visión incómoda pero reveladora, que me confrontaba con los límites de mis propias convicciones y dejaba ver la enorme diversidad de miradas que estas preguntas pueden suscitar.
Cabe señalar que este libro no es una investigación periodística o académica en esencia —por el contrario, Louisa Yousfi es periodista y activista política, miembro del Parti des Indigènes de la République, un movimiento antirracista y decolonial en Francia.
Por ello, el mensaje central y la hipótesis del libro llevan implícita una agenda política, con argumentos más propios del discurso ideológico que de otra cosa.
Sin embargo, creo que bajo esa retórica politizada se oculta una discusión más profunda —una que necesita ser desenterrada.
El argumento principal del libro radica en postular una forma de barbarie como vía de reivindicación frente a la orfandad identitaria que la inmigración y asimilación implica —tanto en lo cultural como en lo político— en Francia.
Esta barbarie se expresa como resistencia a la asimilación cultural, y como una contracultura frente al universalismo y al colonialismo. Yousfi incluso acuña el término regresión a la barbarie[2], que presenta como una forma de victoria contra el imperialismo cultural —una barricada contra el riesgo de convertirse en una copia del europeo blanco. También sostiene que el sistema imperialista —social y cultural— genera, a través de sus estructuras y valores racistas y coloniales, una espiral de violencia que se perpetúa a sí misma. Es decir: el racismo produce violencia intrínseca, y esta violencia es devuelta a quienes generaron y sostuvieron las condiciones para el racismo en primer lugar —creando un espacio interminable de odio social, negación y división, en el cual la verdadera asimilación se vuelve una farsa, una figura retórica bañada de superioridad moral usada por quienes detentan el poder. Desde esta lógica lo ocurrido en los disturbios de París, tras el triunfo del PSG, no sería más que una ola de violencia recíproca: una respuesta brutal, pero inteligible, por parte de las capas más desfavorecidas frente a un sistema que niega su existencia y silencia su dolor. Una forma de devolver la violencia simbólica recibida, ¿o su legitimación bajo el signo de la barbarie?
Encuentro varios puntos de crítica y tensiones en el argumento de Yousfi que, a mi juicio, permanecen problemáticos o insuficientemente desarrollados. Su postura plantea preguntas difíciles sobre identidad, libertad, responsabilidad moral y los límites de la resistencia cultural —preguntas que, creo, no deberían leerse como reclamos políticos, sino como inquietudes filosóficas que merecen una reflexión más profunda. Estas tensiones pueden agruparse en tres ejes principales: el primero, Identidad, esencialismo y el problema de la pureza; el segundo, Pensamiento binario y falsas equivalencias; y el tercero, la imposibilidad de asimilar al Otro.
Identidad, Esencialismo y el Problema de la Pureza

Hija de inmigrantes argelinos, Yousfi se posiciona como portavoz de toda una comunidad diversa de pueblos “indígenas” —es decir, provenientes de las excolonias del Imperio francés— y de algún modo impone su experiencia e interpretación de los conflictos raciales y sociales como algo generalizable a un grupo complejo y variado, como si todas las experiencias coloniales fueran equivalentes a la argelina y más aún, a la suya propia. Basta recordar que solo en África, Francia colonizó más de veinte territorios distintos con trayectorias históricas profundamente distintas.
Al intentar extrapolar su experiencia personal y su lectura; como una realidad sociológica —en lugar de algo verificable empíricamente— el argumento pierde fuerza, pues se basa en una evaluación individual del problema. Es decir, su posicionamiento subjetivo se presenta como una verdad objetiva generalizable. Al hacerlo, Yousfi, define indirectamente una postura identitaria ideal que plantea la asimilación cultural como forma de resistencia. Pero al fijar los límites de esta identidad ideal “bárbara”, introduce fronteras abstractas que son, en cierto sentido, deterministas y esencialistas —pues sugieren que existe una identidad cultural original que debe preservarse, protegida de toda “contaminación” del sincretismo cultural.
Esto plantea una pregunta ineludible: ¿qué tan pura puede ser una cultura?, ¿y cómo puede conservarse y elevarse por encima de los peligros de la asimilación o de la hegemonía cultural —si es que alguna vez existió tal pureza, salvo como idealización mítica? Sabemos cómo terminan históricamente las obsesiones ideológicas con la pureza: con una larga serie de horrores y catástrofes.
Los jóvenes de las banlieues arrestados tras los disturbios posteriores a la Champions League —quienes incendiaron coches, contenedores de basura y saquearon algunos comercios— difícilmente están reclamando una pureza identitaria. Su violencia no apunta a la preservación de una esencia cultural, sino que se expresa más bien como un gesto orgiástico, tribal, quizás nihilista: una revuelta que acaso reclama inclusión y formas concretas de pertenencia, pero no una identidad cerrada.
Me inclino a pensar que las fronteras del tribalismo no coinciden con las de la pureza cultural. El tribalismo no busca preservar una esencia, sino afirmar una pertenencia reactiva, contingente, fugaz, muchas veces fragmentaria.
Pensamiento binario, y falsas equivalencias

Otro punto de tensión en el libro es que la autora usa el concepto de “Imperio” como una quimera inidentificable —algo que puede ser todo y nada a la vez. Este uso excesivo del concepto sólo lleva a la ambigüedad, volviéndolo una palabra usada para explicar todo, desde el racismo hasta las desigualdades económicas que enfrentan las comunidades inmigrantes en Francia. Al hacerlo, se pierde la capacidad explicativa de los fenómenos reales que enfrentan estas comunidades y en particular estos jóvenes de las banlieues.
El concepto termina funcionando como una causa única y universal para todos los males, opresiones, infortunios y calamidades que afectan a estas comunidades e individuos. Además, cae fácilmente en la trampa binaria del “nosotros contra ellos” —un recurso habitual de las narrativas de victimización, que suelen representar a un enemigo omnipresente y todopoderoso (aunque abstracto) en contraste con una comunidad idealizada y simbólica, casi inmaculada, víctima de ese mal absoluto.
Este tipo de representación falla al momento de ofrecer una comprensión real de los fenómenos que necesitamos analizar: los grados reales y variados en que las comunidades minoritarias enfrentan injusticias económicas, políticas, sociales y raciales. La consecuencia de esta representación difusa del “nosotros contra ellos” o “opresor contra oprimido” es que, bajo esta lógica, toda relación humana se puede leer como una relación de poder desigual. Pero como ha demostrado Foucault, la naturaleza del poder y los dispositivos[3] de poder son mucho más complejos y matizados que una simple dicotomía entre el bien y el mal. Esta lógica binaria termina produciendo una falsa equivalencia, donde todos los actos, todas las enunciaciones, todos los fenómenos se aplanan en una misma abstracción —donde el “Imperio” es siempre el gran opresor y las comunidades indígenas siempre los oprimidos. Bajo este marco totalizante —casi orwelliano— no queda ya nada por pensar ni por interrogar. Peor aún: puede terminar justificando lo más atroz, lo más abyecto, en nombre de una causa que no admite duda ni complejidad, se allana el camino para justificar la barbarie.
La imposibilidad de asimilar al Otro

El tercer y último punto de conflicto que encuentro en el libro de Yousfi es que la autora denuncia, y explota con indignación y agravio moral, lo obvio —y sin duda uno de los mayores desafíos que enfrenta Europa, y particularmente Francia, hoy en día—: la inmigración y la cuestión de la asimilación cultural. Sin embargo, el libro no ofrece una solución clara ni una explicación de fondo para este desafío; en su lugar, lanza una serie de dardos de culpa histórica como forma de abordar el fenómeno, y una débil propuesta de “regresión a la barbarie” como resistencia contracultural vengativa.
La autora no hace una apología de la violencia per se, sino que encuentra una legitimidad y justificación existenciales en una cultura de la resistencia: esto es, no ser parte de la cultura hegemónica francesa y reivindicar el indigenismo de sus antepasados colonizados. Lo cual presenta varias contradicciones que no pienso discutir aquí.
Lo relevante aquí es poder trazar un puente interpretativo entre la asimilación cultural vista como frente de lucha y resistencia, y el modo en que planteamos el problema de cómo lidiamos con la alteridad, es decir, cómo lidiamos con el “Otro”. Presumo que detrás de la resistencia se anida una verdad parcial sobre la dificultad —y quizás el fracaso— de integrar al Otro sin reducirlo o neutralizar su diferencia; de ahí lo rescatable del argumento radical de Yousfi.
En concreto, ¿cómo se configura el lugar del “otro” —el extranjero, el migrante, el que profesa otra religión, el que pertenece a otra cultura o habla otra lengua— como figura ambigua que es, al mismo tiempo, adversario y compatriota? ¿Dónde empezamos a trazar la frontera entre asimilación y resistencia? ¿Qué tanta distancia nos separa realmente? ¿Un idioma, una tradición, las oportunidades que ofrece —o niega— un sistema económico? ¿Qué tanto es uno un peregrino en su patria, o en su patria adoptiva? ¿Y no es, acaso, la barbarie precisamente eso: la negación radical de lo otro? ¿Quiénes son los bárbaros? ¿los que no se asimilan, o los que demandan la asimilación?
No hay una respuesta simple. Sin embargo, Emmanuel Levinas nos dejó un legado filosófico que aproxima una solución tan radical como elegante: la relación con el otro no es, ante todo, dialéctica, sino ética. El quiebre se produce cuando al otro lo convertimos en una figura que encaja dentro de nuestros propios esquemas, cuando lo reducimos a lo que ya conocemos, cuando lo totalizamos a nuestra imagen y semejanza[4]. Por eso fracasa el multiculturalismo institucional: porque convierte la diferencia en un espectáculo y en un guion narrativo, en lugar de asumirla como una arquitectura de relaciones vivas y éticamente vinculantes.
Totalizar es reducir. Es creer que mi cultura —mi lengua, mi religión, mi sistema de valores— debe prevalecer sobre las demás, e imponerla, ya sea de manera sutil o violenta. De un lado o del otro, ya sea para islamizar Occidente o cristianizar Oriente, todo se juega en la voluntad de absorción del otro. A veces tengo la impresión de que la historia de la humanidad no es otra cosa que una larga cadena de actos de totalización: de unos sobre otros, de todos sobre todos —y que quizá, todo comienza en el núcleo familiar.
Mi intuición me dice que la barbarie es lo común y lo inmediato, más allá de los intentos románticos por sacralizarla o negarla. El desafío no es evitar la barbarie —pues siempre estará ahí, como un fondo permanente de la condición humana—, sino pensar la asimilación, los disturbios futbolísticos, el racismo y la migración no tanto como expresiones de resistencia o como violencias devueltas al colonialismo imperial, sino como síntomas de una incapacidad más profunda: la de construir arquitecturas de relaciones éticas y recíprocas.
Evidentemente no lo sé. Apenas ofrezco una mirada al abismo de nuestra herencia social y cultural de Occidente. Quizás debamos seguir leyendo a Levinas, mientras esperamos que la ira genealógica acumulada por siglos de totalización sobre los marginados no termine por incendiar París. No puedo hablar en nombre de un joven hijo de migrantes marroquíes arrestado en el distrito 16 de Paris; solo puedo imaginar que lo que menos necesita es ser reducido, una vez más, a una taxonomía ideológica e institucional —ya sea progresista o conservadora.
[1] Stéphane Beaud y Philippe Guimard, Traîtres à la nation ? Un autre regard sur la grève des Bleus en Afrique du Sud, La Découverte, 2011.
[2] Yousfi, Luisa. Seguir siendo bárbaro. Anagrama 2024. Pag.77
[3] Michel Foucault, Power/Knowledge: Selected Interviews and Other Writings, 1972–1977, ed. Colin Gordon (New York: Pantheon Books, 1980), Pg. 194
[4] Levinas, Emmanuel. Totalidad e Infinito. Sígueme Salamanca 2016. Sección I.





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